El olvido está lleno de memoria

 

 

Las trece rosas (Monumento en Memoria a las Trece Rosas - Madrid)

 

Leía este pasado domingo un artículo en el periódico «Público» sobre Mari Carmen Cuesta, absolutamente desconocida para mí y para la mayoría. Ella fue una rosa, una rosa que no fue fusilada en la guerra civil y que salvó la vida de milagro. Pudo haber pasado a la historia por haber sido una de las mujeres fusiladas por la dictadura de Franco y que más tarde fueron conocidas como «Las trece rosas».

El delito de aquellas jóvenes, siete de ellas menores de edad, fue tener ideas propias y pertenecer a las «Juventudes Unificadas Socialistas», denostadas, perseguidas y odiadas por el régimen franquista, el régimen vencedor y vengativo en la sonrojante Guerra Civil Española.

Me llamó la atención la noticia porque siempre me he preguntado hasta qué punto merece la pena arriesgar la vida cuando muriendo, tu nombre, y sobre todo tu lucha, pueden quedar en el más absoluto de los olvidos.

Hay un dicho que nos recuerda la fuerza del tiempo, «el tiempo pone las cosas en su lugar» y 70 años después muchos conocen, aprecian y admiran el valor de unas mujeres, jóvenes, algunas niñas, que murieron por querer pensar y vivir en libertad, libertad de la que ahora disfrutamos en alguna medida y que no siempre valoramos.

Busqué en la recurrente Wikipedia sus nombres y estos son: Carmen Barredo Aguado (20 años), Martina Barroso García (24 años), Blanca Brisac Vázquez (29 años), Pilar Bueno Ibañez (27 años), Julia Conesa Conesa (19 años), Avelina García Casillas (19 años), Elena Gil Olaya (20 años), Virtudes González García (18 años), Ana López Gallego (21 años), Joaquín López Laffite (23 años), Dionisia Manzanero Salas (20 años), Victoria Muñoz García (18 años) y Luisa Rodriguez de la Fuente (18 años).

Y mientras en estos días los jóvenes franceses salen a la calle a luchar por las pensiones, algo que no les afectará hasta dentro de unas décadas y sin embargo los jóvenes españoles permanecen aletargados, anestesiados, con horchata en las venas y sin ningún ánimo e ideal por el que luchar, no pude evitar sentir alguna tristeza por aquellas rosas que sí tuvieron el valor de dar la cara cuando sabían que el riesgo conllevaba la muerte.

«Que la historia nunca olvide mi nombre» dijo Julia Conesa antes de morir, a pesar de todo recordamos, porque aunque parezca que los recuerdos se han perdido «el olvido está lleno de memoria», decía Benedetti, y algunos no olvidamos.